viernes, 28 de marzo de 2014

La consolidación de las monarquías nacionales (España, Francia, Inglaterra, Rusia)

Conforme los reinos feudales fueron desapareciendo, los Estados europeos em- pezaron a regirse por reyes y príncipes que estaban más preocupados por exten- der sus dominios que por cuidar de sus habitantes. De esta manera el orden políti- co se fue transformando a medida que la riqueza llegaba a las ciudades europeas.
Anteriormente, los señores feudales eran amos de la tierra que les había otorga- do el rey; a él le debían obediencia y cuando el reino entraba en alguna guerra, los señores debían apoyar a su monarca con armas y ejército. Sin embargo, en algunas ocasiones, los señores traicionaban a su rey y se aliaban con los ene- migos del reino; esto propició que los soberanos crearan sus propios ejércitos, que llegaron a ser más poderosos que los de sus señores, con lo cual ya no dependieron de ellos. A los señores feudales no los necesitaron más y pronto pasaron a formar parte de la nobleza, ya fuese provincial o cortesana, algunos se convirtieron en propietarios que perdieron el poder que tenían, aunque se- guían gozando de una propiedad y un título nobiliario, mientras otros vivían en la corte al servicio del rey; en ambos casos reconocían la soberanía del monarca y se supeditaban a ella.
Algunos pequeños reinos europeos se unificaron bajo la figura de un monarca poderoso y se convirtieron en Estados en donde las monarquías se consolida- ron; por ejemplo, España, Francia, Inglaterra y Rusia, mientras que el resto de Europa continuó fragmentada en ducados, condados o marquesados; por ejem- plo, el Sacro Imperio Romano y la Península Itálica.
Los reyes de estas nuevas monarquías nacionales y sus súbditos estaban conven- cidos de que Dios mismo había elegido a los monarcas y a su familia para go- bernar: se consideraban los únicos que podían tomar decisiones porque sabían

lo que mejor le convenía a su pueblo. A esta nueva manera de gobernar se le conoció como Absolutismo.
Los reyes absolutos contaban con su propio ejército, con sus propios organis- mos para recaudar impuestos y para administrar la justicia; además tenían un representante en cada rincón de su reino para vigilar y supervisar en el nombre del rey.
España. El territorio español, como casi toda Europa, estaba dividido en distin- tos reinos; unos eran cristianos, otros eran musulmanes y constantemente se in- volucraban en guerras para expandir sus dominios, pero los dos reinos cristianos más poderosos se unieron mediante el matrimonio de sus soberanos: Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Sus ejércitos combinados lograron expulsar a los musulmanes en 1492, con la toma de Granada. A estos monarcas se les llamó “los reyes católicos” porque lograron unificar los reinos españoles bajo una sola religión. Esta identidad logró que en España se impulsara la economía, la cultura y la ciencia, de tal manera que en poco tiempo se convirtió en un imperio.
Ya en el siglo XVI, el rey Carlos I de España y V emperador de Alemania centra- lizó su poder mediante un complicado sistema administrativo que le garantizó el dominio de todos los aspectos políticos y económicos del reino. Durante su gobierno, España colonizó gran parte del continente americano y logró obtener la riqueza de las nuevas tierras, pero el rey se involucró en diversas guerras para defender el Catolicismo del avance de los protestantes y gastó el oro y la plata del Nuevo Mundo en armas y en su ejército, en lugar de modernizar la industria española. Los reyes que le siguieron continuaron involucrándose en más guerras hasta que, en 1588, Felipe II mandó a su “Armada Invencible” contra Inglaterra. En la batalla, España fue derrotada y con este hecho perdió su poderío naval y su lugar como potencia mundial.
Francia. Este país vio peligrar su unión cuando, en la primera mitad del siglo XVI, los reyes de Francia intentaron detener el avance de los protestantes porque consideraban que una nueva religión podría dividir a la nación. Sin embargo, los enfrentamientos entre católicos y protestantes continuaron y cada vez fue- ron más violentos, hasta que el rey Enrique IV permitió, en 1598, la libertad de creencias. Los soberanos que le siguieron dejaron la administración del reino en manos de sus primeros ministros: Richelieu y Mazarino. Ellos se encargaron de engrandecer al país con acuerdos comerciales con otras potencias y de extender el dominio francés con guerras de conquista.
Bajo el gobierno de estos ministros, Francia no sólo mantuvo la unión nacional, sino que se convirtió en un país próspero y su cultura se puso de moda en el mundo. Cuando murió Mazarino, en 1661, el rey Luis XIV no aceptó la intromi- sión de nadie en su gobierno, se convirtió en un monarca absoluto, tomó el po- der y declaró que la unidad y el gobierno recaían en su persona. Para controlar a los nobles y a sus ministros organizó una serie de obligaciones que debían de cumplir, declaró la religión católica como la única y se involucró en varias gue- rras para obtener territorios clave en el comercio. A su muerte, el predominio francés en Europa terminó. 


Inglaterra. El rey Enrique VIII centralizó todo el gobierno bajo su mando: la economía, la política y la religión. Su hija Isabel I inició la etapa de expansión territorial y económica a través de los mares con el comercio y la piratería. Los si- guientes reyes intentaron gobernar de manera absoluta, pero el Parlamento fue un obstáculo para sus deseos. Esta lucha fue el antecedente de una revolución que cambiaría la vida política del país. 

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